Socioculturalidad

La coexistencia de diversas culturas dentro de una sociedad desempeña un papel fundamental en la configuración de su propia dinámica, influenciando la forma en la que las personas interactúan entre sí. En la época actual, uno de los desafíos más importantes de la humanidad, es entender el mundo en el que vivimos y esto sólo es posible a través de la apreciación y comprensión de la diversidad que lo compone. Según Reynosa et al. (2019) esto implica ir más allá del mero reconocimiento de los rasgos culturales, superando el paradigma tradicional, en el que el saber se percibe como un elemento finito y estable, mediado por las estructuras de poder dominante que privilegian y estipulan lo que es bueno o malo; verdadero o falso, a través de la visión que su sistema de valores les provee, generando así división, segregación, deslegitimación y discriminación frente a aquello que se opone a sus concepciones, valores o preceptos.  

Así pues, para avanzar hacia la aceptación y el respeto genuino por el otro, es esencial adoptar una mirada abierta e inclusiva que promueva la igualdad, la justicia y la equidad en todos los niveles de la sociedad. En este sentido, resulta imperativo reflexionar acerca de la manera como las personas perciben y se relacionan con los elementos culturales sean estos propios o ajenos, ya que a partir de dichas relaciones se adoptan diferentes enfoques que pueden de diferentes maneras promover o no, dichos valores.  


Walsh (2012) diferencia estos enfoques de conceptualización de la diversidad cultural y sus relaciones a través de los prefijos multi, pluri e inter, indicando así que, la multiculturalidad hace referencia a la diversidad de culturas presentes en un espacio específico, sin que sea requisito que estas culturas tengan una conexión o interrelación entre sí. El segundo, la pluriculturalidad, se centra en la dinámica socio-cultural producto del mestizaje y la tercera, la interculturalidad, se distingue por abordar relaciones culturales complejas que implican negociaciones e intercambios, con el objetivo de promover una interacción entre personas que provienen de diferentes contextos culturales. Cada uno de estos enfoques con características y retos diferentes, describe las relaciones culturales que pueden establecer las comunidades.  

En el contexto latinoamericano, el enfoque que recibe mayor adhesión es el enfoque intercultural. Según Mercado (2015), existe una fuerte tensión entre el modelo económico predominante en el mundo occidental, que ha permeado las instituciones de la sociedad, y la nueva perspectiva cultural. Esta última se erige como un grito emancipador que redefine el discurso social, desafiando lo establecido. Es probable que esto se deba en gran parte a que la esencia latina tiene sus raíces en un encuentro cultural marcado por la violencia, la discriminación y la segregación. Por esta razón, resulta crucial reconsiderar los paradigmas socioculturales que guían a la sociedad, valorando y validando sus características y saberes. 

Ahora bien, aunque las relaciones culturales se encuentran de manera latente en todas las interacciones sociales, el campo educativo resulta ser un espacio ideal para su promoción. En este sentido, la innovación en los enfoques de enseñanza abre espacio a la inclusión de nuevas perspectivas que hagan hincapié en la diversidad desde varios ángulos. Sobre este aspecto la teoría sociocultural involucra no sólo la cultura; sino que además establece una relación entre el  aprendizaje y el entorno social. Según esta teoría, el aprendizaje se concibe como un proceso de cambio tanto cognitivo como social, que tiene lugar en un entorno colaborativo. Se lleva a cabo a través de la observación y la participación activa con otros individuos, mediado por objetos culturales, en actividades orientadas hacia un objetivo específico. 

Desde la teoría sociocultural y siguiendo a Antón (2010), el aprendizaje se puede concebir como un proceso de cambio cognitivo y social, que cumple cuatro características: la primera, que se de en un entorno colaborativo, es decir, con la participación activa con otros; la segunda, que se lleve a cabo a través de la observación, de la mediación de objetos o artefactos culturales; la tercera, que posea un contexto con actividades orientadas hacia un objetivo específico; y la cuarta, que se comprenda que con el transcurrir del tiempo los aprendizajes tanto conceptuales como de habilidades y destrezas se convierten en parte del andamiaje cognitivo y procedimental de la persona y se puede llegar a utilizar en situaciones de aplicabilidad sin la ayuda de otros. 

Los pilares fundamentales de la teoría sociocultural son la zona de desarrollo próximo y el proceso de interiorización (Vygotsky, 2011). La primera de estas nociones se refiere al espacio donde tiene lugar el aprendizaje y representa la brecha entre lo que un individuo es capaz de hacer por sí solo y lo que puede lograr con la ayuda de otros. La interacción potencia el aprendizaje, ya que el individuo no sólo pone en práctica sus habilidades comunicativas y cognitivas, sino que también enriquece su conocimiento, al ser expuesto a perspectivas distintas a las suyas, participando sin saberlo en un intercambio cultural en el que se comparten conocimientos y puntos de vista. Por esta razón, es crucial incorporar en el proceso educativo un enfoque que considere estos elementos. 

Por otro lado, el concepto de interiorización actúa como el enlace entre la actividad social externa y la actividad interna. A través de la interacción social, el individuo es capaz de asimilar, mediante una reconstrucción mental, las situaciones o fenómenos que experimenta al interactuar con otros. Según Antón (2010), la internalización marca el inicio del proceso, ya que a través de este proceso, las funciones cognitivas superiores, originadas en un entorno social, se transfieren al ámbito individual. Este proceso posee un potencial transformador y sirve como un vínculo entre la actividad social externa y la actividad interna. 

El presente documento tiene dos objetivos fundamentales. En primer lugar, describir los elementos que forman parte de la socioculturalidad y cómo, a partir de la diversidad cultural y de las múltiples relaciones que los individuos pueden establecer, han surgido nuevas formas de apreciar la realidad. En segundo lugar, busca reconocer el proceso educativo como una práctica cultural enraizada en una tradición, donde a través de la interacción social, surgen diversos fenómenos culturales que requieren ser abordados mediante la reflexión, la internalización cultural y la comprensión de la identidad histórica. 


Conclusiones 

Los avances de la sociedad contemporánea subrayan la importancia de adoptar enfoques educativos que no sólo reconozcan, sino que también valoren la riqueza de la diversidad cultural que caracteriza nuestro mundo. Esto implica que los sistemas educativos deben fundamentar sus planes pedagógicos en estrategias que fomenten el aprendizaje desde una perspectiva inclusiva y abierta. De acuerdo con Leiva (2017) esto va más allá del desarrollo cognitivo, buscando también cultivar en los estudiantes actitudes arraigadas en valores fundamentales como el respeto, la igualdad, la justicia y la equidad.  

Es imperativo orientar la educación sociocultural hacia la valoración de la propia herencia cultural, preservando su esencia al mismo tiempo que se exploran formas y elementos de otras culturas. El propósito es reconocer el enriquecimiento que surge de la amalgama, comprender las diversas perspectivas del mundo y apreciar la riqueza cultural que emerge del encuentro e interacción entre diferentes tradiciones, sin renunciar a la propia identidad.  

De acuerdo con Martin y Chacón (2018) Se requiere implementar nuevos métodos educativos, preferiblemente dentro del contexto de una educación intercultural. Esto implica que las propuestas educativas deben facilitar la integración de saberes provenientes de diversas identidades culturales, que están en constante interacción. Esto allana el camino para abordar la diversidad en la escuela, la cual cumple un rol crucial como institución social encargada de la formación de ciudadanos. 

Dentro de la articulación entre los elementos que dan valor a la socioculturalidad, en esta propuesta se plantea robustecer la interacción social del aprendizaje en contextos educativos, enfocada con el efecto de la mediación de los artefactos culturales (herramientas en el desarrollo de la civilización).  Para este fin, es necesario comenzar con la autorreflexión y la sensibilización de los educadores y la comunidad en el proceso. Por esto es vital que los individuos sean conscientes de la conexión con su propio origen, a partir de un conocimiento y reconocimiento profundo de la propia cultura desde su interior. De lo contrario, se continuará perpetuando un sistema de creencias, tanto a nivel personal como colectivo, que actúa como un referente para entender y accionar en la realidad. 

Las prácticas educativas de hoy día, especialmente en el ámbito universitario se encuentran enfrentadas a un ambiente lleno de cambios intrincados y dinámicos, provocados por el fenómeno de  la globalización y sus lógicas pragmáticas y utilitaristas, las cuales están alterando sus formas habituales de entender y ejercer la enseñanza. Es por esta razón que se hace necesario reevaluar la enseñanza como una actividad sociocultural que está arraigada en, o determinada por, tradiciones culturales enmarcadas dentro de ideologías y prácticas sociales establecidas a partir de tradiciones que se anclan a diferentes procesos históricos y sociales, que van conformando a su vez diversas concepciones de identidad. 

 Bajo esta perspectiva ser maestro implica comprender la enseñanza como una práctica social enraizada en la tradición y la percepción de su propósito depende de la sociedad y el tiempo. La habilidad docente se desarrolla al unirse a una comunidad académica y aprender a través de la práctica. Carr y Arendt (1998, citados en Arciga, 2007, p. 85) ofrecen perspectivas complementarias, relacionando la acción (praxis y poiesis) con la enseñanza, y sugieren que la acción no es neutral, sino que está constituida por los bienes percibidos en la práctica. Este enfoque enfatiza la interconexión de la acción humana y la pluralidad en la sociedad. Sin una comprensión de la práctica, la acción educativa se reduciría a su dimensión instrumental, desconectando la educación de su propósito inherente. Por lo tanto, los fines y bienes de la práctica sólo pueden entenderse en términos de un cuerpo de conocimiento práctico no articulado que se hereda y constituye una tradición social. 

 La enseñanza, considerada una praxis, tiene una responsabilidad moral que va más allá del conocimiento técnico, poniendo énfasis en la prudencia, juicio y deliberación. La pedagogía y la didáctica son términos comunes en educación que reflejan la dimensión crítica y práctica de la enseñanza. La pedagogía no es una disciplina, sino un conjunto de técnicas para transmitir conocimiento, influenciada por el contexto institucional y sociocultural.  De allí que al revisar la práctica docente desde esta perspectiva sociocultural, se espere que los profesionales de la educación tengan la capacidad de interpretar de diversas formas su realidad actual y de identificar los elementos de continuidad y cambio que existen en cualquier transformación educativa. 






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