El concepto de diversidad en la educación ha evolucionado a lo largo de los años, pasando de ser un enfoque centrado en la igualdad de acceso y oportunidades a un reconocimiento de la diversidad como un recurso para el aprendizaje y el desarrollo. Durante el siglo XIX y principios del siglo XX, la educación que se había centrado en gran medida en la homogeneización de la cultura, hizo un fuerte énfasis en el desarrollo de habilidades cognitivas y académicas, considerando que en el proceso educativo el factor cognitivo cumplía un papel determinante.
Sin embargo,
a mitad del siglo XX con el movimiento de derechos civiles en los Estados
Unidos y otros movimientos sociales alrededor del mundo, se empezó a reconocer
la necesidad de igualdad de acceso y oportunidades en la educación; pero no fue
hasta finales de este mismo siglo y a principios del siglo XXI que la idea de
diversidad en la educación comenzó a cambiar de un enfoque en la igualdad de
acceso, a un reconocimiento de la diversidad como recurso para el aprendizaje.
Fue así como
la UNESCO en los años 90, comenzó a destacar la importancia de la educación
inclusiva y la no discriminación, haciendo declaraciones y adoptando
convenciones para afirmar el derecho de todos a la educación, promoviendo la
educación inclusiva, y enfatizando en la integración educativa para las
personas con discapacidades. La Declaración de Salamanca de 1994 abogó por la
inclusión de todos los niños, y en 2006, la Convención sobre los derechos de
las personas con discapacidad de la ONU dedicó un artículo completo a la
educación, promoviendo la igualdad de oportunidades educativas para todos
(Muñoz, 2018).
Partiendo de
este contexto, en la actualidad el tema de la inclusión educativa en América
Latina, aunque influenciado por directrices internacionales, ha experimentado
avances significativos en los últimos años, ya que siendo una sociedad
caracterizada por su multiculturalidad y diversidad étnica ha comenzado a reconocer
la importancia de considerar la socioculturalidad y la diversidad pedagógica
como elementos claves para fomentar un aprendizaje significativo y promover una
coexistencia armónica en las aulas, lo que a su vez, propicia la formación de
actitudes positivas, con la meta de que éstas tengan un impacto mayor en la
sociedad del futuro.
Dado
entonces que la diversidad es una constante en todos los procesos de la
educación, como lo plantea Reyes (2023), surge la necesidad de implementar una
pedagogía que considere las características individuales y el contexto
sociocultural de cada persona, entendiendo que el desarrollo humano es el
resultado de la interacción constante entre elementos orgánicos y factores
sociales. Esta interacción crea una instancia de experiencia social, en la que
la naturaleza cultural de dicha experiencia se convierte en una parte integral
de cómo una persona piensa. Así pues, el objetivo de este ensayo es examinar
cómo la interacción entre la socioculturalidad y la diversidad pedagógica
impacta en el ámbito educativo, resaltando su influencia y analizando tanto los
desafíos como las posibilidades que presenta.
Ávila (2018) manifiesta que el enfoque
sociocultural en la educación, consolidado en las últimas décadas del siglo XX,
ha demostrado ser una perspectiva invaluable en la comprensión del proceso de
enseñanza-aprendizaje. A medida que avanzamos en el siglo XXI, esta perspectiva
sigue siendo relevante y, en muchos aspectos, más crucial que nunca. La
socioculturalidad reconoce que el aprendizaje es un proceso profundamente
arraigado al entorno cultural y social de los estudiantes. Aunque estas ideas
fueron desarrolladas por Vygotsky en el siglo pasado, su relevancia no ha
disminuido en la actualidad. Al contrario, en un mundo interconectado, donde
las culturas se entrelazan constantemente, comprender cómo la cultura, el
lenguaje y la interacción social influyen en el aprendizaje sigue siendo
esencial.
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